martes, 7 de abril de 2015

Weird West: Esclavos de la Oscuridad Cap. 7







Capítulo VII

 

Entraron en la muy humilde vivienda de los Dupont, que estaba compuesta por un pequeño salón comedor y una única habitación.. De inmediato Jonathan y Amos se apostaron tras las pequeños ventanucos que flanqueaban la puerta de entrada, con sus armas prestas para la acción y vigilando la calle como halcones. Shi Kwei llegó hasta la habitación, siguiendo al joven Pete. Desde el hueco sin puerta, corrió la cortina que servía de separación. Allí pudo ver a una bella mulata de grandes ojos negros. Se acurrucaba en una esquina de su camastro, cubierta por una manta de parches en la semioscuridad del lugar. Era joven, poco mayor que ella probablemente. Estaba muy asustada, se veía el miedo en sus ojos. Shi trató de transmitirle algo de calma, asegurándole que estaba a salvo con ellos.

—Mi hermano Germaine está ahí fuera con Rosalie. Fue a llevarla al doctor —dijo Marguerite evitando hablar de lo que les podría haber pasado.

—Tranquila, lo más seguro es que se encuentren bien. Habrán buscado refugio al oír los disparos y pronto estarán aquí.

Shi Kwei sabía que sus palabras eran más por dar consuelo que porque tuviera la certeza. Pero era lo que la muchacha de piel canela necesitaba en aquel momento.

—Deberías curarte esa herida —le aconsejó Jonathan a Shi, sin dejar de echar vistazos a la calle.

—Lo había olvidado por completo —dijo la muchacha mirándose el brazo.

Marguerite le indicó que podía encontrar vendas limpias en el cajón de una cómoda que había pasado tiempos mejores. Shi limpió el rasguño de su carne con agua medianamente limpia de una palangana. Dejó el ensangrentado paño en el agua, que se tornó rojiza, y comenzó a envolver la herida con las tiras de gasa. No era tan profunda como para necesitar costura.

—¡Atentos! ¡Ahí vuelven esos bastardos! —advirtió Amos.

Tanto él como Jonathan, abrieron fuego de inmediato. Los Jinetes Nocturnos volvían a por un segundo asalto, intentando aplastar la inesperada resistencia. A estas alturas, y con el atronador escándalo de las numerosas detonaciones, ya deberían haber llegado las fuerzas de la ley. Pero Jonathan temía que ni estaban ni se les esperaba; Amos en cambio, lo sabía a ciencia cierta. Nadie iba a venir a ayudarles, y eso inflamaba aún más la rabia que bullía en su interior.
 
 

La batalla era intensa, los Jinetes Nocturnos disparaban con todo lo que tenían. Por fortuna el frontis de la casa era más recio de lo que aparentaba y aguantaron sin problema la granizada de plomo. Estaban en un empate a la mexicana. Los jinetes eran más, pero la posición defensiva les brindaba una excelente protección. La acción se estancó, ya que ninguno de los bandos estaba en condición de avanzar. Aún en esas condiciones, los Jinetes Nocturnos se negaban a retirarse. Continuaron disparando unos minutos más.

De pronto, Jonathan pudo ver un fogonazo desde una ventana al otro lado de la calle. Uno de los Jinetes Nocturnos resultó herido. Unos segundos más tarde, un nuevo disparo brotó de otra de las cabañas, y poco después se fueron sumando varios más. Al poco comenzaron a llover proyectiles sobre los asaltantes enmascarados desde todas las direcciones. No tuvieron más opción que retirarse definitivamente.

Todos suspiraron de alivio al ver las siluetas de los jinetes alejándose con el rabo entre las piernas. No hubo grito de victoria ni celebración, había demasiados cadáveres por las calles para celebrar nada. Lentamente comenzaron a salir los primeros vecinos. Lo primero era dar un descanso digno a sus fallecidos, así que de inmediato empezaron a recuperar los cuerpos sin vida de sus seres queridos.

—Dios santo, es un auténtico infierno —comentó Jonathan mirando la horrenda escena.

Nadie pudo rebatirle su aseveración.

—Se está desatando el caos en la ciudad y nosotros seguimos igual de perdidos que al principio —volvió a decir Jonathan.

—Sabemos que hay alguna fuerza oscura detrás de todo esto —le recordó Shi Kwei.

—Eso no soluciona nada. No tenemos ni una pista.

—Quizás deberíamos volver a hablar con Zardi —recomendó Amos.

Jonathan McIntire negó con la cabeza.

—¿Para qué? No tenemos nada concreto que contarle —dijo Jonathan frustrado.

El ruido de unos golpes en la puerta interrumpió la conversación. Jonathan cogió su revólver y cubrió a su compañero. Mientras éste se acercaba a la entrada.

—¿Quién es? —preguntó Amos.

—¡Abre de una vez! Soy Germaine.

Amos abrió la puerta y vio al primo de Marguerite, llevaba a Rosalie cogida en sus brazos.

—¿Qué hacen este blanco y esta china en mi casa? —preguntó Germaine al entrar en la casa.

—Este blanco y esta china han conseguido echar a los Jinetes Nocturnos de nuestro barrio. Muestra al menos un poco de respeto —respondió Amos seco y cortante.

—¡Bah! Da igual, no voy a dejar que nada me amargue la alegría —dijo Germaine mostrando sus blancos dientes en una amplia sonrisa.

Marguerite, que había oído la voz de su primo, se levantó y apareció en la pequeña sala con los ojos llorosos.

—¿Como está Rosalie? —preguntó la hermosa mulata.

Germaine continuó unos segundos con su sonrisa bobalicona, luego bajó a Rosalie, que quedó en pie mirando fijamente a Marguerite, también con una gran sonrisa en su rostro.

—Dios mío. Dijeron que no volverías a andar —dijo con lágrimas de felicidad que se desbordaban de sus ojos negros.

—¡Es un milagro! —dijo Germaine.

Marguerite corrió a fundirse en un profundo abrazo con su prima.

Shi Kwei salió de la habitación tras Marguerite y quedó esperando en el hueco del dintel. Cuando sus ojos se posaron sobre Rosalie, sus manos se fueron de manera automática a desenfundar las dos espadas de plata que llevaba al cinto, ocultas bajo sus ropas.
Fotograma de Kung-Fu y los 7 Vampiros de Oro
 

Jonathan se fijó en el movimiento de la china y se puso de inmediato en alerta. Había aprendido a respetar los instintos de la muchacha. Jamás desenfundaba a menos que hubiese una amenaza sobrenatural en las cercanías. La joven era una máquina de combate, pero era también incapaz de causar daño de manera intencionada a otro semejante, si no era para defenderse. Jonathan miró a Rosalie con nuevos ojos y comprendió. Su piel tenía un tono ceniciento, el que pudiera volver a andar no era obra de un milagro, más bien se trataba de lo contrario.

Rosalie era una vampira.

Jonathan intentó apuntar hacia ella, pero aún seguía abrazada a su prima Marguerite y no tenía un tiro claro. Amos se dio cuenta de la extraña actitud de sus dos compañeros.

—¿Qué demonios estáis haciendo? —preguntó extrañado.

—Si hablas de demonios deberías preguntarle a Rosalie, ahora es uno de ellos —dijo McIntire con frialdad.

Amos no tardó mucho en comprenderlo, y cuando lo hizo, se le formó un enorme nudo en el estómago. Quedó paralizado sin saber qué hacer.

Marguerite se dio la vuelta, protegiendo a su prima. Ella no entendía nada, al igual que su primo Germaine y el pequeño Pete.

—¿De qué habla ese hombre, Amos? —le preguntó con voz temblorosa.

Amos no supo qué decir.

Germaine desenfundó su vieja pistola y apuntó a McIntire.

—No sé qué cojones está pasando aquí. Pero nadie va a tocar un pelo a mi hermana. Casi la perdemos y no voy a permitir que nos la arrebaten de nuevo —amenazó Germaine a los cazadores.

—Ya has perdido a tu hermana. Eso que ves ahí es solo su cuerpo. Un ser oscuro y malvado la ha poseído. No queda nada de la persona que conocías —le explicó Shi Kwei.

—Venga Amos, haz algo para detener esta locura —le exigió Germaine, ignorando a Shi.

Marguerite comenzó a retroceder hacia la pared, cubriendo siempre a su prima con su cuerpo. Rosalie estaba cubierta de un sudor frío. Las emociones hicieron que se despertara el hambre. Era una agonía insoportable, un frío insondable alojado en su estómago. Sus ahora desarrollados sentidos llevaron a sus fosas nasales el delicioso aroma de la sangre, que provenía de la herida del brazo de Shi. Si quedaba algún resto de humanidad en ella, desapareció por completo cuando una cortina roja enturbió su vista. La bestia de su interior la impulsaba a alimentarse con verdadera ansia.
Fotograma de la serie True Blood
 
 
No pudo evitar fijar la vista en el cuello de Marguerite. El leve olor a sudor, la suave piel y las palpitantes venas y arterias que latían bajo ella, la atraían sin remedio. Lenta e inconscientemente se fue acercando al cuello de Marguerite, ajena a todo cuanto sucedía a su alrededor. Podía distinguir con total claridad los diminutos agujeros de los poros de la piel. Abrió la boca como en un trance y sus colmillos empezaron a brotar de sus encías, como si fueran las garras de un felino. Con un rugido animal clavó sus afilados dientes en la carne, haciendo surgir la sangre.

—¡No! ¡Suéltala, engendro del infierno! —gritó Amos.

Tanto él como Jonathan trataban de encañonar a Rosalie, pero el monstruo en el que se había convertido agitaba el cuerpo de Marguerite, del mismo modo que un mastín sacudiría a su presa. Germaine estaba fuera de sí, sin saber qué hacer. Shi Kwei le arrancó el arma de sus manos con una certera patada. En el estado de pánico en que se hallaba podía acabar hiriendo a alguien, o hiriéndose él mismo.

La desesperación se apoderó de Amos, quería salvar a Marguerite pero no podía hacer nada. Jonathan trataba de buscar un hueco por donde poder colar un disparo. No había manera humana posible, la criatura se movía demasiado rápido y usaba a Marguerite como escudo humano. Lo reducido del espacio en el que se movían favorecía también a la vampira. Shi Kwei tampoco podía maniobrar para acercarse. Era particularmente repugnante tener que escuchar el ruido que hacía Rosalie al sorber la sangre, que se escapaba a borbotones del desgarrado cuello de Marguerite.

Quizás la ingestión de sangre aplacó la ferocidad de la bestia y Jonathan disparó. El tiro impactó en la clavícula de Rosalie, astillando el hueso y causando graves destrozos en su cuerpo. La vampira se deshizo de Marguerite, lanzándola con una fuerza tan asombrosa que la hizo atravesar el tabique de madera que separaba la sala de la única habitación. Amos disparó su escopeta a bocajarro, sin pausa tiró de la palanca de su escopeta Winchester y descerrajó un nuevo tiro. Jonathan se unió al baño de plomo. Amartillando el revólver con la palma de su mano y le vació todo el cargador encima.

La vampira trataba de regenerar sus heridas, pero no tenía tiempo material porque su cuerpo era atravesado continuamente por balas y postas. Cuando ya no quedaban proyectiles por disparar, Shi Kwei saltó sobre lo que había sido Rosalie y, sin darle tiempo a recuperarse, cortó la cabeza del monstruo de un único y poderoso tajo de sus espadas cortas de plata. La herida de aquellas armas era incurable para los vampiros.

Amos se apresuró para llegar hasta donde estaba Marguerite. No había nada que pudiera hacerse por ella. Si las horrendas heridas de su cuello no habían acabado con su vida, lo habría hecho el tremendo impacto que le había roto un buen montón de huesos de su cuerpo. El cazador de piel de ébano se volvió hacia Germaine, se acercó hasta él y le agarró por el cuello.

—Tú vas a venir conmigo. Tienes muchas cosas que explicar —dijo con los ojos ardiendo de furia.

Jonathan McIntire le hizo un amargo recordatorio.

—Espera, hay algo de lo que tenemos que ocuparnos antes —señaló al cadáver de Marguerite.

—No —dijo espantado Amos.

—No podemos arriesgarnos a que regrese como muerto viviente —le recordó Shi Kwei.

Amos agachó la cabeza y se llevó a rastras a Germaine hasta la salida de la casa. No tenía fuerza suficiente para ver como Shi Kwei decapitaba a Marguerite.

 

 
Continuará…

 

 

 

Escrito por Raúl Montesdeoca 

 

 

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